—¿Qué?
—No
ahora, ni esta tarde, pero de esto me muero.
Nos
sentamos en la cocina, yo lloraba, el dolor en los intestinos era insoportable,
vos comenzaste a hablar.
Ahora
aquel momento me recuerda a unas líneas del Señor de los Anillos, cuando
Gandalf advierte a los compañeros: “el poder de un mago está en su voz”
Conversando
acerca de cosas sin importancia, acerca de nada, me encantaste. Tu sortilegio
detuvo tanto la diarrea, que ya me había hecho perder varios kilos en esas
últimas semanas, como los horribles espasmos. Detuvo el miedo. Recuerdo la ternura
y serenidad de tu tono, que no varió en las casi cuatro horas que tardaron los
chicos en regresar a comer.
El
almuerzo fue preparado y la vida siguió su curso. Durante ciertos días me sentí
mejor, otros no tanto, hasta que alguno de los muchos médicos que consulté dio
en recetarme la pastilla que puso fin a un problema que resultó menor.
Ocho
años después, un cáncer de colon te mataba. Nunca me despertaste asustado,
mucho menos llorando. Quizá alguna vez haga acopio de valor y te escriba sobre
eso.
--------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario