Cáncer


   


      —Despertate que me voy a morir —te dije aquella mañana de domingo. Los chicos estaban en el club.
     —¿Qué?
     —No ahora, ni esta tarde, pero de esto me muero.
     Nos sentamos en la cocina, yo lloraba, el dolor en los intestinos era insoportable, vos comenzaste a hablar.
Ahora aquel momento me recuerda a unas líneas del Señor de los Anillos, cuando Gandalf advierte a los compañeros: “el poder de un mago está en su voz”
     Conversando acerca de cosas sin importancia, acerca de nada, me encantaste. Tu sortilegio detuvo tanto la diarrea, que ya me había hecho perder varios kilos en esas últimas semanas, como los horribles espasmos. Detuvo el miedo. Recuerdo la ternura y serenidad de tu tono, que no varió en las casi cuatro horas que tardaron los chicos en regresar a comer.
     El almuerzo fue preparado y la vida siguió su curso. Durante ciertos días me sentí mejor, otros no tanto, hasta que alguno de los muchos médicos que consulté dio en recetarme la pastilla que puso fin a un problema que resultó menor.

     Ocho años después, un cáncer de colon te mataba. Nunca me despertaste asustado, mucho menos llorando. Quizá alguna vez haga acopio de valor y te escriba sobre eso.




Dedico estas palabras a mi esposo
24/03/54 - 15/11/10









--------------------------------------------

Publicado en:
Revista Conexos


El puro cuentobitácora

No hay comentarios:

Publicar un comentario