El arte de la guerra (columna de opinión)






Se eleva en Tottori, Japón, una estatua que honra la vida de cierto general chino que no existió, Sun Tzu, a quien se le atribuye haber escrito, durante el siglo V a.C., sobre bambú, un tratado que denominara “El arte de la guerra”.
Sin importar quién lo haya escrito ni en cuál época (siglo III a.C. supone actualmente la Historia) es de destacar que esta obra, llegada a occidente poco antes de la Revolución Francesa y desde entonces materia de estudio militar, promediando el siglo XX comenzó a ser estudiada también por empresarios, comerciantes, estadistas, y en general por cualquiera que desee dominar algo o alguien.
“El arte de la guerra” comienza así:

La guerra es un asunto de importancia vital para el Estado; un asunto de vida o muerte, el camino hacia la supervivencia o la destrucción.

Si nos atenemos a la lógica de  este texto, “nuestra” supervivencia implica, necesariamente, la destrucción del “otro”.
Aquel que desee conocer la obra pero no esté dispuesto a invertir tiempo  en informarse a través de una lectura disciplinada, podrá averiguar, con suma facilidad a través de la red, que para comprender su esencia basta saber lo siguiente: todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño.

General Sun Tzu, en caso de que un refugiado llegase a mi ciudad, será uno de los nuestros o de los otros? Constituirá el eslabón más débil de los nuestros? Podría ser considerado como una baja de los otros? Si resulta que este otro se empeña en no declararse muerto, cuál será la mentira más eficaz a los efectos de detenerlo, neutralizarlo, destruirlo?

Siendo pequeña mi padre me regaló una colección de doce libros denominada “Mi libro encantado” (Editorial Cumbre, México D. F., edición 1962). En el volumen VII, junto a autores como Lope de Vega, José de Espronceda y Jacinto Benavente, se halla La Buena Palabra, poesía escrita por el escritor argentino Arturo Capdevila. Transcribo la última estrofa: 

Un agua fresca de perdón de hermano
 vuelca en el odio de carbones rojos.
Con sus cenizas, límpiate la mano
 y lávate con lágrimas los ojos.

Sun Tzu, Don Arturo Capdevila y yo somos, para usted, el otro.
Sun Tzu, de este lado hay mucha gente.




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