La pasión de las pasiones (columna de opinión)








Leo estos versos de la escritora argentina María Rosa Lojo: “Allí el descanso, la dicha incorruptible/ Allí el león y el cordero pacen juntos”.
Levanto la vista del papel y miro sin mirar, preguntándome si tal sitio existe y si, en todo caso, yo estuve alguna vez en ese “allí”. Busco en la memoria el recuerdo perfecto, aquel lugar edénico al cual ni siquiera una esquirla de dolor haya rozado. Cierro los ojos y ahí está aquel sitio, aquel cielo metafórico de “dicha incorruptible”, aquella tierra de comunión, la de todos, ya que provoca una sonrisa pensar que nadie es tan desdichado como para no aceptar que en algún momento de su vida, fue perfectamente feliz.

La poesía de Lojo se completa de esta forma: “Allí me miro en el espejo de Dios/ por siempre amado, tal como fui hecho/ Allí yo lo era todo y era en todo/ allí era, Maestro, ¿por qué me devolviste?”
Poesía que lleva por título “Dijo Lázaro, que volvió de entre los muertos”*

Si no comprendo mal, la voz poética, a través de un personaje perteneciente a   la tradición cristiana, declara que aquella felicidad sin fisuras que tanto anhela su lector, que con tanto denodado esfuerzo persigue, “no es de este mundo” y resulta, entonces, inalcanzable.
Aprecio y disfruto la extraordinaria armonía a través de la cual esta voz lírica  se expresa, no acuerdo con su reflexión implícita, o con la reflexión que en mí surge a través de su lectura.
Como un místico cree en sus dioses, creo que el león y el cordero pacen juntos cada vez que el amor amanece de estreno. Cada vez que su pasión quema en un incendio purificador cuyo holocausto vuelve a sus víctimas inocentes como niños.
Bajo la potestad  amorosa y ardiente de esa flama, supeditados a ese mordisco que en vez de quitar entrega, todos somos, o alguna vez fuimos, gigantes. Gigantes por grandes y fuertes, por nobles, por valientes, ya que la prudencia, esa vieja mañosa, aún no nos había empequeñecido.

Cierta vez  escribí en una ficción brevísima, “El amor accede y aun la palma de un dios resulta trono insuficiente”. Con aquella voz narradora coincide quien ahora suscribe estas líneas.



*Bosque de ojos
Microficciones y otros textos breves
María Rosa Lojo
Ed. Sudamericana (2011)
Página 35





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