Sherezade (columna de opinión)





Corre el sofocante último verano en esta Córdoba del cono sur que habito, cuando la escritora española Elena Casero me hace un regalo. Aquél mágico, especular, que es el más preciado para mí: un libro. Elena Casero me obsequia su libro de cuentos “Discordancias”, editado por Talentura.
Discordancias, que debió atravesar el Atlántico para llegar a mis manos, es el Atlántico. Tempestuoso por su contenido, bello por su prosa limpia. Puesto que me confirma en mi vocación lectora,  lo juzgo imprescindible.
Como una Sherezade del siglo XXI, Elena Casero escribió un libro de cuentos que es todos los libros de cuentos, donde los personajes somos nosotros. Los que fuimos, los que vamos a ser, los que podríamos o quisiéramos haber sido. Logra que el lector se sienta inconmensurable como el Atlántico; se adivine impar, peligroso, rechazado como un monstruo marino, se reconozca  predecible como sus corrientes y, sin embargo, también una maravilla imprevisible y evanescente como los reflejos de la espuma de su oleaje.
Discordancias está compuesto por diecinueve cuentos, diecinueve ficciones cuya función es interpelar. Aquí está el arte de narrar, en la cuidada construcción de estos diecinueve laberintos levantados para perdernos hasta dar con nuestras debilidades: “…será mejor dejar salir un porqué detrás de otro antes de que me arrastren en su corriente y me ahogue en mi propia angustia”. Laberintos que se yerguen, incluso, para hacer blanco en el afuera, en el paisaje que aún compartido cada cual ve a su modo. “Un bar donde la gente va a ahogarse en alcohol y vomitar el dolor en una esquina. Así noche tras noche, día tras día hasta que en uno de los vómitos el corazón es arrastrado por la bilis”.    
Desde luego y como el espejo de vida que es y del que hablábamos al comenzar esta breve reseña, en Discordancias hay lugar para la ironía fina y el humor, quizá amargo, pero humor al fin: “¡Cuán imbéciles somos los hombres al creer que, con al edad, ya tenemos derecho a titularnos como especialistas!”
Diecinueve argumentos que, tanto en clave realista como fantástica, son el argumento del discurrir humano.
Propongo un juego, con los ojos cerrados imaginemos un cielo nocturno, un claro en un bosque y un fuego. Imaginémonos junto a otros, en cuclillas, dispuestos en rueda alrededor del fuego. Una sencilla piel curtida cubre nuestra desnudez. La piel nos protege del frío, el fuego de la oscuridad y algunos amuletos tallados en cobre, hueso o marfil, de los demonios hostiles. La voz del anciano narrador de historias es, sin embargo, la mejor protección. Esa voz, la única   que  perfora la noche, nos resguarda de nosotros mismos.
Abro los ojos. “Cada vez que la veo sentada en el borde del sofá, con las manos cruzadas sobre el regazo en actitud de que el mundo la consuele…” La primera frase del primer cuento de Discordancias alza vuelo.






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